¡Las izquierdas necesitan una política europea común! Manifest signat amb Domènech, Beiras, Pisarello i Raventós

zbn Llamamiento para el “Simposio Internacional Europa-SinPermiso” (Barcelona, 4-5 abril 2014). Las próximas elecciones al Parlamento Europeo serán, por muchas razones, las más importantes de la historia de la UE. La UE es el espacio económico políticamente integrado más grande del mundo. Representa menos del 8% de la población mundial, pero produce por un monto rayano en el 25% del producto total planetario. Y su imponente gasto social ronda todavía el 50% del gasto social que se realiza en todo el mundo. La retórica dominante con que se instituyó y ha venido “construyéndose” la UE: - ofrecía paz en un continente inveteradamente devastado por carnicerías bélicas intestinas; - brindaba también un mensaje de paz a los pueblos del mundo otrora sometidos al peor colonialismo genocida y ecocida de las grandes potencias capitalistas europeas; - hablaba de libertades públicas, prosperidad, bienestar y “ciudadanía social” para las poblaciones trabajadoras en un continente que no supo ahorrarse ninguna de las experiencias amargas del siglo XX; - prometía asegurar a escala europea los grandes logros del antifascismo europeo de posguerra; - en su mejor versión, aspiraba a extender a todo el continente algo parecido al programa básico del Consejo Nacional de la Resistencia antifascista francesa e instituir una gran unión política supranacional vertida en el molde republicano del Estado Democrático y Social de derecho; y conforme a esa promesa, hacía votos por la homogeneización del desarrollo económico y el progreso social del continente De esa retórica fundacional de sus elites rectoras no queda hoy, literalmente, nada: ¿quién puede hablar de paz en un continente rebosante de guerras y brotes bélicos intestinos, desde la Yugoslavia de los 90 hasta la Ucrania de hoy?; ¿y qué decir ahora de los mensajes de paz a los pueblos del mundo, tras la estupefaciente recuperación de la peor retórica militarista y colonialista de las grandes y no tan grandes potencias nacionales europeas en Oriente Medio, en Libia, en Siria, en el Magreb, en el África subsahariana y aun en la propia Europa oriental, más y más convertida en triste escenario de un conflicto estratégico neo-Lebensraum?; ¿quién, sin sonrojarse, puede hablar hoy de garantías democráticas y libertades públicas en una UE que tolera sus ominosos retrocesos en Hungría, en Chequia, en Polonia, en Letonia o en la España de Gallardón y Fernández Díaz?; ¿quién que no se cubra antes el rostro con tres dedos de espeso maquillaje puede seguir hablando ahora de “prosperidad” y “bienestar” en una UE crecientemente devastada por el paro, el subempleo, la precarización del mundo del trabajo, la devaluación salarial, el dumping social, la espiral deflacionaria y la mercantilización privatizadora de los servicios públicos?; ¿quién se acuerda hoy, sin sentir vergüenza ajena, de las bobas y demagógicas promesas hechas, como quien dice ayer mismo, en el Tratado de Lisboa (2007) con aquel venturoso programa Europa 2020 que tenía que convertir a toda velocidad a la UE en la primera potencial mundial de una pomposa y hueramente llamada “economía del conocimiento”?; ¿y quién osará hablar de “ciudadanía social” en una UE que, lejos de encaminarse a instituir el armazón republicano de un Estado Democrático y Social de Derecho a escala continental, procede sin disimulo –a cuenta de la batería de contrarreformas dictadas por una autoritaria política fiscal común procíclica de austeridad y retracción del gasto público— a presionar a los distintos gobiernos de sus Estados miembros precisamente a favor de su desmantelación a escala nacional?; ¿o es que no asistimos ahora mismo en los Estados miembros al desencadenamiento, también como consecuencia indirecta de ese federalismo autoritario impuesto por la Troika, no sólo de un comprensible malestar social creciente en todos ellos, sino al surgimiento asimismo, en no pocos, de procesos y fuerzas centrífugas, a veces de inspiración inequívocamente democrática (como los movimientos independentistas escocés y catalán), pero otras veces –tal vez las más— de inspiración etnicista o protofascista (como en Flandes, en Padania y en tantos sitios de la Europa central y oriental)? Lejos de llegar a constituirse la UE como un baluarte político del Estado Democrático y Social de Derecho inspirado en los grandes ideales republicanos ilustrados de la Libertad, la Igualdad y la Fraternidad evocados en su maravilloso himno; lejos de verse capaz de defender a las poblaciones europeas del catastrófico capitalismo contrarreformado y remundializado, eufemísticamente conocido como “globalización”: ¿no va camino de convertirse ella misma en un ejemplo sin par de la amarga verdad, según la cual la otra cara de la “globalización” es la “balcanización” del orden internacional, es decir, la substitución –irresponsablemente aplaudida por “globalizadores” de toda laya— del insuficiente cuius regio eius religio postwestfaliano por un cuius religio eius regio de pésimo augurio? Y muy lejos, en fin, de haber sido honrada la promesa de homogeneización del desarrollo económico y del progreso social del continente, lo cierto es que la UE se ha fragmentado en un “Centro” y una “Periferia”. Polarizada entre países “acreedores” y países “deudores”, gravemente dañado el mecanismo de transmisión monetaria –que ya no consigue mantener uniformes los intereses que pagan las empresas privadas por los empréstitos en los distintos países—, la Eurozona sólo se ha salvado de una desintegración inminente merced a la famosa intervención discrecional del señor Draghi en el dramático verano de 2012. Y es verdad que esa intervención, generalmente celebrada por los habituales turiferarios mediáticos y académicos como “providencial”, logró frenar (por ahora) la locura de la especulación financiera internacional con los títulos de deuda pública de la “Periferia” en apuros. Pero añadió unas cuantas atmósferas más de presión “austeritaria” sobre los gobiernos electos de esos países, que quedaron desde ese momento al arbitrio del presidente del BCE: un hombre procedente del mundo de la banca privada internacional al que nadie ha elegido para el cargo. Dos cosas son seguras ahora mismo: La primera: ni el centroderecha Popular, ni los Liberales, ni los Verdes, ni la vieja Socialdemocracia, ni la Izquierda tienen en este momento una política europea común; sólo la extrema derecha protofascista o abiertamente neofascista comienza a tenerla. ¡Una política común –virulentamente populista y demagógica— antieuropea! La segunda: la extrema derecha está en ascenso en toda la UE: ya directamente, por sí propia, ya por progresiva colonización tóxica del discurso y de la política de la derecha, del centro y aun de un centroizquierda más desnortado que nunca. Las izquierdas necesitan urgentemente una política europea común, porque la desintegración de la UE sería una catástrofe de alcance planetario, no sólo para los europeos. Necesitan superar antiguas querellas sectarias y suturar en común viejas heridas innecesariamente abiertas. Necesitan hacer, también en común, una autocrítica seria, inteligente e informada de sus muchos y graves errores en el proceso de construcción europea de las últimas dos décadas. Las distintas izquierdas necesitan, en suma, volver a pensar en común, buscar un diagnóstico común del peligrosísmo momento por el que atraviesa el continente. Y descubrir y dibujar, también en común, unas perspectivas políticas tan realistas como radicales: a la altura de los tiempos de radical calamidad que nos ha tocado vivir: - unas perspectivas tan atractivas como bien fundadas, tan resueltamente alternativas como plausibles; - unas perspectivas vigorosas, lúcidas y valientes: tan alejadas de la cansina indolencia consignista del burócrata como de la obnubilada premeditación del demagogo o el temerario simplismo del sectario, que en las turbias torrentadas de la temeridad y la demagogia siempre fue la extrema derecha quien se llevó el gato al agua; - unas perspectivas capaces de conquistar políticamente las cabezas y los corazones de amplias mayorías de una población trabajadora europea que se descubre inopinadamente perdedora, que se intuye con razón víctima de un chapucero diseño institucional de partida (comenzando por el de la Unión Monetaria) y que se siente, con no menos razón, a merced del opaco poder aparentemente inexpugnable que ha logrado arrogarse una desalmada casta financiera, política y tecnocrática que, no elegida ni directa ni indirectamente por nadie, se halla ahora mismo en condiciones de imponer a todos unas políticas, sobre económicamente necias, socialmente devastadoras. Esas nos parecen las necesidades del momento. Con la organización del “Simposio Internacional Europa SinPermiso”, que tendrá lugar en Barcelona, los próximos 4 y 5 de abril 2014, buscamos subvenir modestamente a ellas. - Antoni Domènech (Editor general de SinPermiso) - Xosé-Manuel Beiras (Consejo Editorial de SinPermiso, fundador de ANOVA) - Ernest Urtasun (Colaborador habitual de SinPermiso y Candidato de ICV-EUiA a las elecciones europeas) - Gerardo Pisarello (Comité de Redacción de SinPermiso, vicepresidente del DESC) - Daniel Raventós (Comité de Redacción de SinPermiso, Presidente de Red Renta Básica)

zbn

Llamamiento para el “Simposio Internacional Europa-SinPermiso” (Barcelona, 4-5 abril 2014).

Las próximas elecciones al Parlamento Europeo serán, por muchas razones, las más importantes de la historia de la UE.

La UE es el espacio económico políticamente integrado más grande del mundo. Representa menos del 8% de la población mundial, pero produce por un monto rayano en el 25% del producto total planetario. Y su imponente gasto social ronda todavía el 50% del gasto social que se realiza en todo el mundo.

La retórica dominante con que se instituyó y ha venido “construyéndose” la UE:

– ofrecía paz en un continente inveteradamente devastado por carnicerías bélicas intestinas;
– brindaba también un mensaje de paz a los pueblos del mundo otrora sometidos al peor colonialismo genocida y ecocida de las grandes potencias capitalistas europeas;
– hablaba de libertades públicas, prosperidad, bienestar y “ciudadanía social” para las poblaciones trabajadoras en un continente que no supo ahorrarse ninguna de las experiencias amargas del siglo XX;
– prometía asegurar a escala europea los grandes logros del antifascismo europeo de posguerra;
– en su mejor versión, aspiraba a extender a todo el continente algo parecido al programa básico del Consejo Nacional de la Resistencia antifascista francesa e instituir una gran unión política supranacional vertida en el molde republicano del Estado Democrático y Social de derecho;

y conforme a esa promesa, hacía votos por la homogeneización del desarrollo económico y el progreso social del continente

De esa retórica fundacional de sus elites rectoras no queda hoy, literalmente, nada:

¿quién puede hablar de paz en un continente rebosante de guerras y brotes bélicos intestinos, desde la Yugoslavia de los 90 hasta la Ucrania de hoy?;

¿y qué decir ahora de los mensajes de paz a los pueblos del mundo, tras la estupefaciente recuperación de la peor retórica militarista y colonialista de las grandes y no tan grandes potencias nacionales europeas en Oriente Medio, en Libia, en Siria, en el Magreb, en el África subsahariana y aun en la propia Europa oriental, más y más convertida en triste escenario de un conflicto estratégico neo-Lebensraum?;

¿quién, sin sonrojarse, puede hablar hoy de garantías democráticas y libertades públicas en una UE que tolera sus ominosos retrocesos en Hungría, en Chequia, en Polonia, en Letonia o en la España de Gallardón y Fernández Díaz?;

¿quién que no se cubra antes el rostro con tres dedos de espeso maquillaje puede seguir hablando ahora de “prosperidad” y “bienestar” en una UE crecientemente devastada por el paro, el subempleo, la precarización del mundo del trabajo, la devaluación salarial, el dumping social, la espiral deflacionaria y la mercantilización privatizadora de los servicios públicos?;

¿quién se acuerda hoy, sin sentir vergüenza ajena, de las bobas y demagógicas promesas hechas, como quien dice ayer mismo, en el Tratado de Lisboa (2007) con aquel venturoso programa Europa 2020 que tenía que convertir a toda velocidad a la UE en la primera potencial mundial de una pomposa y hueramente llamada “economía del conocimiento”?;

¿y quién osará hablar de “ciudadanía social” en una UE que, lejos de encaminarse a instituir el armazón republicano de un Estado Democrático y Social de Derecho a escala continental, procede sin disimulo –a cuenta de la batería de contrarreformas dictadas por una autoritaria política fiscal común procíclica de austeridad y retracción del gasto público— a presionar a los distintos gobiernos de sus Estados miembros precisamente a favor de su desmantelación a escala nacional?;

¿o es que no asistimos ahora mismo en los Estados miembros al desencadenamiento, también como consecuencia indirecta de ese federalismo autoritario impuesto por la Troika, no sólo de un comprensible malestar social creciente en todos ellos, sino al surgimiento asimismo, en no pocos, de procesos y fuerzas centrífugas, a veces de inspiración inequívocamente democrática (como los movimientos independentistas escocés y catalán), pero otras veces –tal vez las más— de inspiración etnicista o protofascista (como en Flandes, en Padania y en tantos sitios de la Europa central y oriental)?

Lejos de llegar a constituirse la UE como un baluarte político del Estado Democrático y Social de Derecho inspirado en los grandes ideales republicanos ilustrados de la Libertad, la Igualdad y la Fraternidad evocados en su maravilloso himno;

lejos de verse capaz de defender a las poblaciones europeas del catastrófico capitalismo contrarreformado y remundializado, eufemísticamente conocido como “globalización”:

¿no va camino de convertirse ella misma en un ejemplo sin par de la amarga verdad, según la cual la otra cara de la “globalización” es la “balcanización” del orden internacional, es decir, la substitución –irresponsablemente aplaudida por “globalizadores” de toda laya— del insuficiente cuius regio eius religio postwestfaliano por un cuius religio eius regio de pésimo augurio?

Y muy lejos, en fin, de haber sido honrada la promesa de homogeneización del desarrollo económico y del progreso social del continente, lo cierto es que la UE se ha fragmentado en un “Centro” y una “Periferia”.

Polarizada entre países “acreedores” y países “deudores”, gravemente dañado el mecanismo de transmisión monetaria –que ya no consigue mantener uniformes los intereses que pagan las empresas privadas por los empréstitos en los distintos países—, la Eurozona sólo se ha salvado de una desintegración inminente merced a la famosa intervención discrecional del señor Draghi en el dramático verano de 2012. Y es verdad que esa intervención, generalmente celebrada por los habituales turiferarios mediáticos y académicos como “providencial”, logró frenar (por ahora) la locura de la especulación financiera internacional con los títulos de deuda pública de la “Periferia” en apuros. Pero añadió unas cuantas atmósferas más de presión “austeritaria” sobre los gobiernos electos de esos países, que quedaron desde ese momento al arbitrio del presidente del BCE: un hombre procedente del mundo de la banca privada internacional al que nadie ha elegido para el cargo.

Dos cosas son seguras ahora mismo:

La primera: ni el centroderecha Popular, ni los Liberales, ni los Verdes, ni la vieja Socialdemocracia, ni la Izquierda tienen en este momento una política europea común; sólo la extrema derecha protofascista o abiertamente neofascista comienza a tenerla. ¡Una política común –virulentamente populista y demagógica— antieuropea!

La segunda: la extrema derecha está en ascenso en toda la UE: ya directamente, por sí propia, ya por progresiva colonización tóxica del discurso y de la política de la derecha, del centro y aun de un centroizquierda más desnortado que nunca.

Las izquierdas necesitan urgentemente una política europea común, porque la desintegración de la UE sería una catástrofe de alcance planetario, no sólo para los europeos. Necesitan superar antiguas querellas sectarias y suturar en común viejas heridas innecesariamente abiertas. Necesitan hacer, también en común, una autocrítica seria, inteligente e informada de sus muchos y graves errores en el proceso de construcción europea de las últimas dos décadas.

Las distintas izquierdas necesitan, en suma, volver a pensar en común, buscar un diagnóstico común del peligrosísmo momento por el que atraviesa el continente. Y descubrir y dibujar, también en común, unas perspectivas políticas tan realistas como radicales: a la altura de los tiempos de radical calamidad que nos ha tocado vivir:

– unas perspectivas tan atractivas como bien fundadas, tan resueltamente alternativas como plausibles;

– unas perspectivas vigorosas, lúcidas y valientes: tan alejadas de la cansina indolencia consignista del burócrata como de la obnubilada premeditación del demagogo o el temerario simplismo del sectario, que en las turbias torrentadas de la temeridad y la demagogia siempre fue la extrema derecha quien se llevó el gato al agua;

– unas perspectivas capaces de conquistar políticamente las cabezas y los corazones de amplias mayorías de una población trabajadora europea que se descubre inopinadamente perdedora, que se intuye con razón víctima de un chapucero diseño institucional de partida (comenzando por el de la Unión Monetaria) y que se siente, con no menos razón, a merced del opaco poder aparentemente inexpugnable que ha logrado arrogarse una desalmada casta financiera, política y tecnocrática que, no elegida ni directa ni indirectamente por nadie, se halla ahora mismo en condiciones de imponer a todos unas políticas, sobre económicamente necias, socialmente devastadoras.

Esas nos parecen las necesidades del momento. Con la organización del “Simposio Internacional Europa SinPermiso”, que tendrá lugar en Barcelona, los próximos 4 y 5 de abril 2014, buscamos subvenir modestamente a ellas.

– Antoni Domènech (Editor general de SinPermiso)

– Xosé-Manuel Beiras (Consejo Editorial de SinPermiso, fundador de ANOVA)

– Ernest Urtasun (Colaborador habitual de SinPermiso y Candidato de ICV-EUiA a las elecciones europeas)

– Gerardo Pisarello (Comité de Redacción de SinPermiso, vicepresidente del DESC)

– Daniel Raventós (Comité de Redacción de SinPermiso, Presidente de Red Renta Básica)